LA RUTA DEL BAKALAO Y EL ABANDONO DE SUS DISCOTECAS
LA RUTA DESTROY
La Ruta del Bakalao (o Ruta Destroy) nace a principios de los 80 como reacción a “una época en la que las discotecas españolas aún tenían moqueta, los camareros llevaban pajarita y se pinchaban canciones lentas, rumbas y funky”. Así lo explica el periodista Luís Costa, que está preparando un libro sobre la Ruta. De esa tesitura se apartan varias salas ubicadas entre las ciudades de Sueca y Valencia. Deciden dar un giro de timón, apostar por un sonido vanguardista e incorporar rock británico, glam o new wave. En las pistas sonaba The Cure, Depeche Mode, The Smiths o Cabaret Voltaire. Música que también se podía bailar, aunque nadie en España hubiese reparado en ello.
Jueves noche: Acción / Metropolis
Viernes noche: Spook Factory / KU-Manises / Heaven / The Face /
Mañanas de sábado: ACTV / Spook Factory
Sábado tarde: Espiral / ACTV
Sábado noche: Barraca / Chocolate / Espiral / Ku-Manises / The Face / Spook Factory / Puzzle / ACTV
Mañanas de domingo: Spook Factory/ Puzzle / Heaven / NOD / The Face / El Templo / ACTV
Tardes de domingo: Barraca / ACTV / NOD
Noches de domingo: ACTV / Puzzle / Barraca / The Face
Lunes: NOD / Zona / ACTV
La primera en abrir fue Barraca, en 1965. Como su propio nombre indica, la sala era una barraca próxima a la playa. Un belga la acondicionó, colocó una bola disco, dos platos y unas luces, convirtiéndola en una discoteca para parejas. A finales de los 70, un camarero llamado Carlos Simó pasó a ser el DJ residente. Simó, que con el tiempo acabaría siendo el propietario de la discoteca Puzzle, fue uno de los DJ que lo cambió todo: viajaba a Inglaterra cada semana (cuando aún no existía internet ni los vuelos low cost) para traer a España discos que aquí aún no sonaban ni en la radio. Si querías escuchar lo último en rock o new wave, tenías que estar en Valencia. Los sibaritas de la música alternativa llenaban estas sesiones, ávidos de novedades.
El propio Simó recuerda cómo empezó a experimentar con sonidos inéditos en las pistas de baile: “Hasta ópera he pinchado allí. Y la gente lo bailaba igual. Yo cerraba cada sesión con la versión de “My Way” de Nina Simone, que se convirtió en el emblema de la sala. Nadie lo había hecho hasta entonces”. Además, el carisma de Simó empezó a llenar la cabina, más allá de la música que pinchase: cuando un disco empezaba a sonar en la radio y comenzaba a ser considerado mainstream, el propio Simó lo rompía en directo de forma simbólica.
ENTRAN CHOCOLATE Y SPOOK
El auge de Barraca tuvo lugar en los 80. Y precisamente en 1982 abre, a 500 metros de distancia, la discoteca Chocolate. Pretendía ser la réplica “oscura” a Barraca, incorporando sonidos más góticos y siniestros. En el 84, el empresario de la noche Bernardino Solís inaugura, a algo más de un kilómetro de distancia, la sala Spook Factory. “Mi idea era abrir una discoteca de guitarras”, cuenta Solís, dejando patente lo alejada que estaba su idea inicial de que la sala acabase como una catedral de la música electrónica. Spook Factory adoptó como logo el murciélago del escudo de Valencia a modo de seña identitaria local.
BARRACA en sus inicios |
Acababa de nacer la “movida valenciana”. Y lo hizo casi de forma paralela a la “movida madrileña”. Salvando las diferencias, la fiesta levantina podría equipararse como movimiento contracultural a la de la capital. Pero una ha acabado mitificada y la otra satanizada.
Paradójicamente, eran las salas de Valencia las que pinchaban música de mayor calidad, frente al protagonismo de grupos locales amateur de las de Madrid. “Valencia estaba, por calidad de sonido, más cerca de Londres o Manchester que de Madrid. Los mejores grupos internacionales venían a Valencia a presentar sus discos, como hoy van a Madrid y Barcelona”,
Ruta del Bakalao:
El movimiento lúdico-festivo que se convirtió en el emblema del ocio nocturno español a principios de los 90. Hacer la ruta permitía empezar a bailar un jueves en cualquiera de la decena de salas con las que contaba la capital del Turia y no parar hasta el lunes. 72 horas de fiesta. Y acabar destrozado, por norma general.
La Ruta del Bakalao fue el estandarte de la noche española durante una década. Para bien y para mal. En el imaginario popular permanece como una época oscura en la que varias discotecas valencianas se turnaban para abrir sin descanso durante 4 días seguidos, los DJ pinchaban música electrónica y los jóvenes llegaban de todas partes de España, se colocaban con drogas de diseño y se mataban en las carreteras.
Pero la realidad es que esa es sólo la parte relativa a la leyenda negra. La Ruta del Bakalao fue mucho más que eso. Un movimiento independiente, vanguardista y transgresor que trajo a España las últimas novedades musicales del rock internacional, que modificó la forma de entender la fiesta en nuestro país y que acabó muriendo de éxito.
LA RASPA DEL BAKALAO
Lo que queda de aquel bacalao no es más que la raspa. El panorama actual es desolador. Adentrarse en The Face (mítica discoteca de El Perelló) se convierte en una experiencia siniestra. La sala fue uno de los referentes de la fiesta valenciana en los 90. Tal vez era el más lujoso de todos aquellos templos de ocio levantinos. Una terraza con vistas al mar, una piscina, una arquitectura vanguardista…
Ahora, el recinto está destrozado. En lo que antes fue la pista de baile, los indigentes que ahora la ocupan han atado a un gran perro negro, al lado de mantas sucias y botellas de cerveza. La piscina, por su parte, está llena de cascotes.
En Chocolate (situado en Sueca, a unos 10 kilómetros), tres cuartos de lo mismo. El acceso es sencillo pero peligroso. El suelo de esta sala abandonada está lleno de cristales rotos y lo que queda de las escaleras se cae a pedazos, por lo que subir a la terraza compromete la integridad física del que lo intenta. En las paredes, pintadas nostálgicas. “Aquí bailé yo” o “Aquí viví y conocí a la madre de mis hijos” son algunos de los textos que están escritos con tiza o spray en las paredes.
La macrodiscoteca Puzzle (también en Sueca, a un par de kilómetros de Chocolate) era la más grande de las salas valencianas que conformaron la ruta. Contaba con un aforo de más de 3.000 personas. Ahora está saqueada. Los robos de cobre han sido sistemáticos. Los propietarios han tenido que tapiar los accesos porque les han afanado la instalación eléctrica al completo y hasta los paneles del techo.
30 KILÓMETROS DE FIESTA
A Barraca, Chocolate y Spook se le fueron sumando otras discotecas que abrieron a lo largo de los 30 kilómetros de la carretera de El Saler: Puzzle (la más grande de todas), ACTV (cuyo misterioso nombre dio lugar a millones de conjeturas), The Face (la de la piscina), Distrito 10 (nombrada en su momento la mejor discoteca de Europa), NOD, Espiral, Heaven, Metrópolis, El Templo, KU, Zona, Acción…
Por toda la escena underground española empezó a correrse la voz de que la fiesta no descansaba en Valencia. Y que el ambiente de respeto y “buen rollo” era la tónica habitual de todas las sesiones. “Las sustancias que consumíamos también influían”, cuenta Javi, un rutero de la época. “Empezó con la heroína, como en toda España durante los 80. El suelo de los lavabos estaba llenos de jeringuillas. Pero sobre todo, la novedad fue la introducción de la mescalina, que era una droga que venía en cápsulas. No nos ponía violentos y contribuía a aquella especie de comunión entre todos los asistentes”, recuerda.
BACALAO DE BILBAO
Fue cuestión de tiempo que aquel movimiento se bautizase con un nombre peculiar. Empezó siendo conocida como Ruta Destroy, pero pasó a la posteridad como “Ruta del Bakalao”.
¿De dónde sale el nombre de bacalao?”. Cuenta la leyenda que la denominación la acuñaron en la tienda de discos Zig-Zag. “Había un DJ local que iba siempre a comprar vinilos acompañado de un amigo suyo que, cada vez que escuchaba una buena canción, gritaba “Esto es bacalao de Bilbao”. Esa denominación acabó calando incluso entre los dueños de la tienda. Cada vez que llegaba una novedad potente le decían a los clientes que acababa de llegar 'bacalao del bueno'. Y así se empezó a generalizar”, explica el periodista Luis Costa.
Respecto al concepto “ruta”, el motivo fue que Valencia ya contaba a mediados de los 80 con un puñado de salas separadas entre sí por muy pocos kilómetros de distancia. Aprovechando la laxitud de la ley, las salas se turnaban para abrir en horarios distintos e intempestivos. Desde el jueves por la noche hasta el lunes. Cada una con su horario que permitía, al que se atreviese, no descansar. Por tanto, era posible hacer un itinerario a través de las diferentes salas durante varios días seguidos, encadenando fiesta sin pausa.
Así, Valencia ya contaba con todos los ingredientes que, mezclados, conformaron el cóctel: una música vanguardista, un público entendido en la materia, unas salas alternativas que no cerraban en todo el fin de semana y una generación de cerebros en diferentes ámbitos de la noche que coincidieron en el tiempo y el espacio. Y es que los empresarios del ocio fueron unos visionarios que quisieron convertir a Valencia en la primera zona de ocio diurno de Europa e inauguraron el concepto ‘after hour’.
Los DJ, por su parte, incorporaban lo último en música alternativa y creaban nuevos temas, pasando a ser productores. Gente como Fran Lenaerts (DJ de ACTV, pionero en España en presentar el concepto “mezclas” al incorporar dos platos y coordinar dos canciones juntas), Toni el Gitano, Kike Jaen o Toni Conca se convirtieron en la primera generación de disc jockeys legendarios de España. “Fue una especie de generación de oro, un dream team de diversas áreas repartido por varias salas, muy próximas geográficamente”, rememora Carlos Simó.
NACE EL “PARKINEO”
También empezaron a cobrar relevancia los pubs y los parkings como espacios festivos. El hecho de que algunas discotecas sólo cerrasen un par de horas antes de volver a abrir, hacía que los fieles de esa sala no quisiesen marcharse a seguir la fiesta a otra discoteca. “¿Qué hacíamos? Meternos en el pub que cada sala tenía al lado. Bares como Torero o Villa Adelina se convertían en el lugar perfecto para hacer ese paréntesis. Y si estabas en una discoteca sin pub, el parking era un buen lugar para socializar. Eso se llamaba parkineo”, recuerda Javi, el antiguo rutero. O cañero, que era el otro nombre con el que se conocía a los asiduos a la fiesta valenciana.
“Había gente que se traía tablas de madera dentro del coche. Cuando la discoteca cerraba, la sellaban al portaequipajes del techo y convertían el automóvil en un pódium improvisado donde bailar. Ponían la música a toda hostia y aquello se convertía en una discoteca al aire libre” rememora Javi. La sala que más popularizó el parkineo fue NOD, en cuyo aparcamiento incluso se cocinaban paellas.
“Era posible estar 72 horas de fiesta, pero no era imprescindible ni lo hacía todo el mundo. La gente paraba. Incluso había quien se acostaba por la noche bien pronto para levantarse temprano y llegar fresco a la sesión matinal. Los jóvenes paraban para dormir. O para comerse una paella el sábado por la tarde. O para ir a ver los partidos de fútbol del Valencia el domingo”, cuenta el escritor Carlos Aimeur.
Con respecto al equipo ché, un rutero de Sueca recuerda una anécdota: “Había un cañero muy popular y conocido que era empleado del Valencia CF. Salía mucho de fiesta y por las noches, en las discotecas, cambiaba entradas “de las más caras” por drogas. Eso provocó que empezasen a aparecer por el palco de Mestalla jóvenes muy pasados de vueltas, con gafas de sol a las tantas de la noche y la mandíbula 'en Cuenca'. Los dirigentes del Valencia CF flipaban porque no entendían nada" asegura.
ESPANYA 92 – VALENCIA 0
La juventud valenciana se aferró a aquella explosión de libertad post-transición como una seña identitaria. “El valenciano siempre ha sido fiestero por definición. Si no son los Moros y Cristianos, son las Fallas, y si no, la Tomatina y las mil fiestas de los pueblos” subraya Bernardino Solís, fundador de Spook Factory.
Pero además, el sentimiento de pertenencia de la juventud levantina a la Ruta era una respuesta al olvido institucional que España había ejercido contra Valencia. Agonizaban los 80, entraba una nueva década y el resto de grandes ciudades contaban con proyectos faraónicos ilusionantes. En 1992, Madrid iba a ser Capital Europea de la Cultura, Barcelona iba a celebrar unos Juegos Olímpicos y Sevilla la Expo Universal. Lo único que podía celebrar Valencia era la fiesta de cada fin de semana, que se había quedado fuera de aquellos fastos. “Había una pintada muy ilustrativa en varios muros de la ciudad en la que se podía leer: 'Espanya 92 – Valencia 0'. Aquello reflejaba un malestar generalizado”, cuenta Carlos Aimeur.
Valencia sólo tenía la fiesta y se la procuraron ellos solos, sin la ayuda de ningún gobierno. Y estaba a la vanguardia en todos los aspectos. Incluso en materia de drogas. A finales de los 80 empezaron a llegar a la costa levantina las primeras drogas sintéticas que se consumieron en España: el speed y, sobre todo, las pastillas de éxtasis. El efecto era similar pero resultaban mucho más baratas que las cápsulas de mescalina. Al éxtasis le costó muy poco hacerse popular, comerle el terreno a la mescalina y acabar canibalizándola.
Javi, un antiguo rutero que ahora tiene 50 años, lo ilustra bien: “Yo ya no consumo drogas, pero en aquella época las probé todas. Y te digo: las primeras rulas (pastillas), las de mescalina, estaban mucho más buenas que las últimas. Las de la primera época valían entre 3 y 5 mil pesetas, pero te comías una o dos y te pasabas toda la noche bailando. No como las chuflas (pastillas) de los últimos años, que costaban cien duros (tres euros) o un talego (seis euros) pero estaban adulteradas. Te tenías que comer siete u ocho y te dejaban destrozado por dentro”.
EXTA SÍ, EXTA NO
En Valencia se innovaba. Y en ese afán por traer lo último de lo último acabó siendo contraproducente para el espíritu inicial. En materia de música, los DJ empezaron a incorporar sonidos electrónicos, algo que nunca se había bailado en las salas españolas. Prototechno belga, hardcore alemán… Se dejó de pinchar rock, glam y new wave para ofrecer sonidos más industriales, machacones y repetitivos. Todo compuesto por ordenador. Se abandonaron las guitarras y se incorporaron las máquinas. De ahí que el sonido se empezase a conocer como “música makina”, un concepto que luego se desarrolló hasta el límite en las discotecas de Cataluña. La llegada de la música electrónica y la generalización de la técnica de “mezclas” incorporada por Fran Lenaers arraigaron pronto entre la concurrencia, convirtiéndose así en una nueva seña de identidad.
El éxito fue tan rotundo que los propios DJ se empezaron a convertir en productores de sus propios temas. En 1991, Chimo Bayo, residente de la discoteca El Templo, publicó una canción titulada “Así me gusta a mí” que se convirtió en número 1 de ventas en España, Israel y Japón. Un auténtico pelotazo internacional que, a la larga, ha devenido en el himno no oficial de la Ruta del Bakalao.
El estribillo decía: “Exta sí, Exta no, exta me gusta me la como yo”. El consumo de éxtasis, como indica la letra, estaba ya tan generalizado que se había convertido en la última seña de identidad del movimiento. Ya no había heroína ni mescalina, sino nuevas drogas de diseño como bandera, e incluso se les dedicaban canciones.
Las nuevas sustancias comportaron cambios incluso en los patrones de consumo de los asistentes a las sesiones. Los cubatas dieron paso a los botellines de agua por varios motivos: “Nos decían que las pastillas no subían si te las tomabas con alcohol, que había que tomarlas con agua”, rememora Javi, el rutero. Además, el alto poder de deshidratación del éxtasis obligaba a los consumidores a tener agua siempre cerca. Así, la concurrencia se agitaba al son de música electrónica con botellines de agua en las manos. “Los dueños de las discotecas cortaban el agua de los lavabos para que tuviésemos que comprar botellas de agua. Si no tenías dinero te deshidratabas”.
EMPIEZA EL DECLIVE
A principios de los 90, la fama de la Ruta del Bakalao se había desbordado. Todas las noches llegaban autocares de toda España cargados de jóvenes ávidos de vivir la mítica noche valenciana. Buses procedentes de Cataluña, Galicia, Madrid o Andalucía descargaban a decenas de jóvenes ávidos de nuevas drogas, música de moda y salas que abrían en horarios inusuales.
De contar con unas pocas salas casi clandestinas, Valencia pasó a convertirse en una especie de parque temático de las discotecas, con todo lo que ello conlleva. La movida valenciana se masificó y se hizo incontrolable.
La fama de la Ruta trascendió fronteras. Hasta en el extranjero admiraban a Valencia y su fiesta. Así, en materia de música, la demanda de temas propios para exportar al extranjero era tan grande que se empezaron a producir discos en masa y eso fue en detrimento de la calidad.
Los primeros cañeros, los que llenaron las salas en los 80 en busca de las novedades de rock internacional y bailaban con la mescalina, ya no salían de ruta. Se habían hecho mayores y no encontraban la música alternativa que les llevó al llenar las pistas. Aquellos pioneros valencianos dejaron de ir de fiesta y ocupó su lugar una nueva generación de jóvenes de todas partes que buscaba música electrónica pasada de revoluciones y pastillas de éxtasis.
MUERTES EN LA CARRETERA
La carretera fue otro de los factores que contribuyó a demonizar la Ruta del Bakalao. El tránsito nocturno por la carretera de El Saler nada tenía que envidiarle al diurno. La masificación trajo consigo consecuencias negativas, como el incremento de la siniestralidad.
Ramón, un policía municipal de Sueca, recuerda la cantidad de accidentes de tráfico que se registraban cada noche en la carretera de El Saler. “El positivo en alcoholemia no era un delito penal como ahora. Lo único que podíamos hacer era inmovilizar el coche hasta que al conductor se le pasase la borrachera. Y es que, paradójicamente, el que tomaba cubatas era el conductor. El ‘tipo sano’ era el que bebía alcohol. El resto de ocupantes del coche iban drogados con pastillas, así que sólo bebían agua. El que tenía que conducir intentaba no drogarse. Pero como también se lo quería pasar bien, bebía. Y pasaba lo que pasaba” concluye el agente.
Este comportamiento temerario tenía consecuencias funestas. Las discotecas estaban ubicadas a las afueras de la ciudad, entre los arrozales. Esos cultivos están rodeados de acequias, estrechas rieras por las que se evacua el agua. “Algunos de los accidentes eran terribles. Recuerdo una noche en la que un Renault 5 ocupado por cinco personas se cayó dentro de la acequia que había al lado de la sala Chocolate. Como el río era tan estrecho, no pudieron salir del automóvil porque las puertas no se abrían por completo al chocar contra las paredes de la acequia. El coche se hundió lentamente ante la mirada de la gente, sin que nadie pudiese hacer nada. El conductor fue el único que logró salir al romper el cristal delantero. Los otros cuatro ocupantes murieron ahogados” rememora el policía de Sueca.
1993: LA TELEBASURA MATA AL MITO
Otro de los factores que condenó a la Ruta fue la llegada de los nuevos formatos televisivos. Los canales privados abrieron en España en 1989. A principios de los 90 se empezaron a priorizar los programas que llevasen sucesos, excesos y escándalos. La Ruta era un caldo de cultivo excepcional para ello: jóvenes, drogas, accidentes y fallecimientos. Así, la Ruta se convirtió en una víctima propiciatoria para los reportajes sensacionalistas.
Aquellos impactantes formatos se extendieron como la pólvora. Y aprovechando el tirón, en 1993, Canal + emite un documental sobre la Ruta del Bakalao en el que refleja todos los tópicos posibles. Presentado por Carles Francino, aquel programa de casi una hora se convirtió en el primer antecedente del actual “Callejeros”. Cámara en mano, los periodistas se adentraban en las discotecas de moda y entrevistaban en los parkings a los ruteros más drogados.
Aquella emisión provocó dos reacciones bien diferenciadas: por una parte escandalizó a los padres; por la otra, provocó que los hijos quisieran formar parte de aquel circo. Empezaron a llegar cada vez más jóvenes a Valencia y la opinión pública ya se había conformado una visión grotesca de lo que sucedía en aquellas discotecas. Los medios de comunicación se aprovecharon: “Ponías la tele y veías la guerra de Bosnia y la ruta del Bakalao, las dos juntas en la sección de sucesos”, rememora Carlos Simó.
En la misma línea se pronuncia Bernardino Solís, que recuerda que después de aquel documental “llegaron canales de televisión de todo el mundo a hacer programas sobre la Ruta. Nosotros estábamos muy interesados en explicarles las medidas de seguridad tan avanzadas que tenía Spook Factory, pero ellos insistían en que sólo querían ver drogas”.
“Ponías la tele y veías la guerra de Bosnia y la Ruta del Bakalao, las dos juntas en la sección de sucesos”
Los controles policiales empezaron a proliferar. “Había que controlar la situación, no digo que no. Pero la policía llegó a excederse. Yo he visto a agentes hombres cacheando a chicas, a jóvenes ruteros desnudos en los parkings por los registros. La gente que iba a las discotecas se convirtió en el objetivo de todas las miradas de la opinión pública”, sentencia Bernardino Solís, con un punto de indignación todavía aunque hayan pasado más de 20 años
CAMBIO DE PARADIGMA
Así, la situación en la que se encontraba el ocio valenciano a mediados de los 90 había cambiado radicalmente con respecto a la década anterior. En Valencia ya no había novedades de rock internacional, ni las discotecas la ocupaban jóvenes locales buscando espacios alternativos. El techno se lo había comido todo y se había extendido por toda España. Musicalmente, Valencia ya no tenía ningún elemento diferenciador. Tampoco quedaba ya mescalina. El éxtasis se había hecho fuerte entre los jóvenes que llegaban de todas partes de España a abarrotar las discotecas, esperando encontrar aquello que los medios de comunicación presentaban como un auténtico infierno nocturno.
Ese cambio de sustancias también provocaba otro tipo de comportamiento en los consumidores. “Cada vez había más peleas”, asegura el policía local de Sueca. "Es que las últimas pastillas no daban tan buen rollo como las primeras" insiste Javi el rutero, intentando encontrar una explicación.
También se incrementó la presión policial, los controles, los siniestros y las multas. La legislación empezó a cambiar a mediados de los 90 y cada vez era más difícil para los empresarios abrir sus salas durante el día. “Nos empezaron a poner trabas. No nos dejaban abrir por las mañanas. En Ibiza, ese modelo se ha respetado y mira qué bien ha funcionado”, explica Bernardino Solís, “pero en Valencia ya estaba todo demonizado”.
EL TIRO DE GRACIA
Tras el boom mediático, la discotecas de la Ruta cumplieron su ciclo, igual que lo cumplen las discotecas de cualquier otro lugar. La gente se empezó a aburrir, comenzó a decaer la asistencia y muchas salas cerraron. No hay una fecha exacta del final de la Ruta del Bakalao, pero los protagonistas lo cifran en torno a 1996. Hay quien habla de un año antes o de dos años después. Las discotecas no cerraron de golpe, pero el espíritu de la Ruta ya había desaparecido. Las salas de Valencia ya no eran especiales y murieron de éxito. Tanto influyeron en la forma de entender la fiesta en el resto de España que acabaron diluyéndose con las de cualquier otra parte, porque ofrecían lo mismo.
En la actualidad, sólo un par de ellas (Barraca y Spook) abren una vez al mes con fiestas remember. Las otras míticas, como Chocolate (que posteriormente intentó reabrir con el nombre de Qoqoa), Puzzle o The Face, permanecen en ruinas, llenas de pintadas nostálgicas de aquella mítica fiesta.
Una fiesta que continuó en Cataluña. Las salas catalanas adoptaron la música que entró por Valencia y le dieron una nueva vuelta de tuerca. Aceleraron aún más las revoluciones, pinchaban música cada vez más rápida y el ambiente entre los asistentes era cada vez más violento. Cataluña cogió el relevo de aquel bacalao valenciano del que no quedaron “ni las raspas” y lo explotó durante toda la década de los 90. Pero esa ya, es otra ruta. Otra historia.
EN LA ACTUALIDAD
Chocolate, Sueca
La que fue considerada como la catedral es hoy una sombra de lo que fue con su famosa fachada y torres color adobe descascarilladas y su sala de baile de ladrillo repintada de azul reducida a escombros. Antes del cierre fue Qoqoa pero hoy está en venta.
Scorpia (Central del Sonido), Igualada
Su célebre mano, icónico logo serigrafiado en tantas camisetas, acabó por los suelos. Abierta en 1993, comenzó andadura desde la música makinera para evolucionar hacia el progressive. Sus fiestas atraían en masa a gente de toda la geografía española. La normativa y el declive de afluencia propiciaron su cierre en 2003. Permanece la carpa metálica en el descampado, una estética industrial muy propia de esta cultura.
Puzzle
El último gran templo valenciano de la Ruta Destroy en cerrar sus puertas a cal y canto. Sus dos últimas sesiones, tras 25 años de apogeo, fueron en octubre de 2001. Todavía desde la carretera, y al borde de las albuferas, puede verse su edificio fabril son su fachada acristalada.
El último gran templo valenciano de la Ruta Destroy en cerrar sus puertas a cal y canto. Sus dos últimas sesiones, tras 25 años de apogeo, fueron en octubre de 2001. Todavía desde la carretera, y al borde de las albuferas, puede verse su edificio fabril son su fachada acristalada.
Pont Aeri, Manresa
La más efímera de todas, apenas duró un año operativa (2000-2001) pero por unas cosas o por otras sigue fresco el recuerdo en la memoria de los que alguna vez la visitaron. Su logo alado, sus sonidos extremos propios del hardcore, su ambiente igualmente extremo… Podría haber sido el paraíso del Neng de Castefa, con aquellas fiestas interminables, pero el destino estaba sellado. Todavía hay gente que peregrina hasta sus antiguas instalaciones, con capacidad para apenas 500 personas.
Bananas, El Romaní
Una leyenda, un mito de la noche con Manolo Sánchez “Morris” como cara visible y que, desde 1987 al año 2013, fue territorio celebrity celtibérica. Pachanga, gogós enjauladas y en topless, concursos de Miss España, cañones de luz desde su pirámide de cristal la mar de hortera, 9.000 personas de aforo, pool parties, techos desmontables, una inversión millonaria… Los restos de la macrodisco todavía son visibles en el solar.
The Face, Pinedo
El empresario del ocio nocturno Bernardino Solís fue el artífice de esta discoteca, una más de cuantas levantó, incluida la mitiquísima Spook Factory, todavía en pie en la misma localidad. Con terraza y, sobre todo, con uno de esos aparcamientos en donde se hacía mucha “vida”, este santuario del house pasó a mejor vida desde que fue renombrado Lips, ya en manos de otra gerencia. Las ruinas son el hogar de unos nada sociables perros callejeros.
Villa Adelina, Les Palmeretes
Una pequeña finca mediterránea situada en el mejor punto estratégico de la ruta: junto a la legendaria Barraca. El discopub arrancó allá por 1991 y sus sesiones suaves de tarde ambientaban el descanso del guerrero previo paso por Puzzle, Heaven o Chocolate. Una de las paradas obligadas en la mañana makinera. El chalet y el jardín de naranjos ya no son lo que eran.
Spook Factory
Mucho más cercana a Valencia, en Pinedo, recogía al principio a la gente que volvía de las 3 discotecas anteriores, además de contar con algunos jóvenes valencianos que podían desplazarse hasta allí con moto. Luego se hizo famosa también por sus sesiones de los viernes, y por sus horarios interminables (paraban la música media hora y volvían a empezar). Ahora ya no queda ningún resquicio de aquella discoteca que llegó a ser un referente, y la nueva Spook se ha centrado en estilos musicales mucho más comerciales para seguir languideciendo en sus aperturas sabatinas..
Spook, que abrió por allá en el 1984 sustituyendo a su anterior nombre, San Francisco, tuvo su época de gloria entre 1988 y 1993, siendo una de las más grandes y visitadas de aquel entonces. Para muchos, la leyenda del murciélago sigue viva en una de las discotecas más míticas de la Ruta Valenciana.
Arabesco
“Me voy a Arabesco, a ver que pesco”. Con el cierre de esta bonita discoteca que triunfó en los años 90, y que más tarde se llamó Queen y Space, se acabó con la recurrente y odiosa frase. Ubicada en San Antonio de Benagéber, las denuncias vecinales y la inseguridad del local a raíz de su deterioro y nulo mantenimiento, acabaron cerrando la discoteca famosa por sus sesiones “Remember”. Una de las más bonitas por fuera con su estilo entre árabe y neoclásico. Ha sido desvalijada por dentro y el año pasado salió a subasta por 3.3 millones,
Don Julio NOD
NOD, discoteca también llamada Don Julio en sus inicios, abrió en 1986 con el nombre de Bravatta y abierta más tarde como Don Julio, en 1988, para adaptar el nombre de NOD de una manera muy curiosa. Su dueño, Clemente Martínez, decidió quitarle al nombre la palabra “Julio”, e invertir la primera palabra, “DON”, dando como resultado NOD con la letra N al revés. Curioso. Bravatta fue abierta por Toni Vidal (el Gitano) tras su marcha de Chocolate y por la cabina de NOD ha pasado gente como Kike Jaén y Dj Nino.
La cultura del parking estaba más que presente en la discoteca de Ribarroja, donde sus fiestas en el exterior eran más que habituales, así como las Paellas en la parte posterior, que eran la tónica habitual de esta discoteca que marcó tendencia y época.
Barraca
Pioneros entre las discotecas valencianas, con un sonido importado (dicen los entendidos) de Manchester, marcó el inicio de la época gloriosa de las discotecas valencianas. Ubicada junto a la Albufera, en Les Palmeretes de Sueca, sembró el germen de lo que luego fue la Ruta, y muchas fueron las que abrieron al calor del éxito de Barraca e imitaron su estilo, conocido como “Sonido Valencia” fuera, y que la gente de aquí llamaba música barraquera, lo que deja entrever su enorme influencia.
Heaven
Una discoteca en El Perelló que abrió sus puertas en el año 1989. Heaven fue la primera que abría sus puertas los domingos, con horario “innovador de apertura”: Las 6 de la mañana. Era punto de encuentro de aquellos que deseaban continuar la fiesta, incluso para aquellos que les encantaba la “cultura del parking” y que era de visita obligada a pesar de no entrar. Cuentan que la música allí estaba muy fuerte, tanto que el impacto que tu cuerpo sufría al entrar te llenaba de energía para continuar la fiesta, donde cobraba protagonismo las letras amarillas de la fachada principal.
La mítica discoteca echo su cierre definitivo en el año 1996, donde el último tema que sonó en Heaven fue “Children” de Robert Miles
ACTV
Dicen que ACTV tenía por aquel entonces el mejor sonido e iluminación. ACTV, que abrió en 1986, tuvo en cabina en sus inicios a Fran Lenaers, además de pasar por ella gente como Jorge Zamora o Arturo Roger, que marchó años después a Barraca. También por ella pasó el gran, ya fallecido en 2004, Manolo el Pirata (Manuel Baldomero Sampedro), que pincho en ACTV entre 1991 y 1996.
Situada en la Malvarrosa, en la actual Eugenia Viñes en el desaparecido edificio de Termas Victoria (de ahí muchos creen que le viene el nombre de ACTV, Actividades Culturales Termas Victoria, aunque no es cierto…), sustituyó a locales como Tropical para dar paso a una nueva tendencia, ya que en sus inicios fueron las sesiones de after-hours de sábados y domingos los que marcaban la pauta, donde el new beat, una mezcla de EBM y techno con el toque del “sonido ácido” y acid house, era la música que podía escucharse por aquel entonces. Según los creadores del logotipo y marca de ACTV, “toda la idea era hacer un juego de palabras entre AC, de corriente alterna, y TV, como guiño a la televisión”
Arena antes Pacha
Fuera de la Ruta del Bacalao había una serie de discotecas o salas que también han pasado a mejor vida. Arena fue la sala de conciertos de referencia en Valencia desde el 1983 hasta el 1999 cuando se apagaron definitivamente sus micrófonos, aunque también funcionaba como discoteca.
A principios de los años ochenta, los hermanos Napoleón y Ragel Beltrán adquirieron junto con otros socios el almacén de Patatas Bayarri para erigir en su lugar una discoteca y sala de conciertos inspirada en el Arena de Londres. Dotada de un equipo de sonido e iluminación insólita en la Valencia de aquel momento, el auditorio de Benimaclet –bautizado inicialmente como Pachá- se convirtió rápidamente en el epicentro de la “Movida Valenciana”. La elección de Nina Hagen para el concierto inaugural en 1983 era toda una declaración de principios: esa no iba a ser una sala de provincias. Allí se iba a hacer ruido.
En poco tiempo, Arena Auditorium se hizo un nombre a nivel nacional gracias a su programa y a su excelente acústica. No en vano fue elegida por Santiago Auserón para grabar el disco en directo de “Escuela de calor” en 1989. También la banda de heavy metal Manowar incluyó en su disco “Hell on wheels” dos temas registrados en Valencia.
Consum quiere, o ya lo ha hecho, construir un supermercado en el edificio.
Distrito 10
Distrito 10 abrió en 1982 y dos años después, en 1984 bajo la dirección de Tati Tamarit, consiguió el premio a la mejor discoteca de Europa. Se dice de ella que fue referente, y de fama internacional, donde llegaron a actuar famosos dj´s y otros personajes.
Costó, por aquel entonces, 350 millones de pesetas de la época, y desde el primer día se la comparaba con la mítica Studio 54 de Nueva York. Casi nada. Sus inversores eran valencianos, el constructor Salvador Benlloch, como máximo accionista, Carlos Vila (Don Carlos), Jonchu Ugarte (Ugartesa) y Manolo Otero. Cerró, definitivamente, en el año 1994.
Con un punto más pop-rock que las discotecas de la Ruta (sobretodo al principio) y ubicada frente a Viveros, es decir, bastante céntrica, se convirtió en la discoteca de moda en la época de los 80. Cerró en el 94, una década después de haber sido elegida la mejor discoteca de Europa. Siempre se comparó con Studio 54 y por allí pasaba toda la gente bien de Valencia sin excepción. de ahí su fama de discoteca elitista. Fueron pioneros en “patear” la calle con relaciones públicas y flyers: y también con sus espectaculares fiestas temáticas. El edificio se derruyó y ahora allí se erige un moderno centro de estudios.
Jardines del Real
Conocida últimamente como Betty Pop, y anteriormente como Llampua y Le Suite. Esta discoteca abierta en 1985 cerró hace no mucho para dejar el centro de la ciudad huérfano de salas con solera. Ubicada frente a Viveros, muy cerca de la antigua Distrito 10, este local etiquetado de “pijo”, era uno de los más conocidos y frecuentados por los jóvenes de la ciudad, que tras ir a Woody (también cerrada y tanto o más mítica que Jardines) se pasaban por Jardines. Ahora tapiada, las continuas denuncias vecinales, que incluso obligaron al Ayuntamiento a pagar una indemnización, han acabado por cerrar una de las discotecas más antiguas que quedaban abiertas en la ciudad, y que estaba orientada a música mucho más popera y comercial
Espiral
Abierta desde finales de los 70 bajo otro nombre, un 18 de Abril del año 1981 en L´Eliana nació “Espiral”. Según hemos leído, y oído, Espiral estaba hecha de otra pasta. E
Dos de sus primeros dj´s fueron dos hermanos, Quique y Juanjo Serrano, además de Jesús Brisa, entre otros. Según cuentan, era considerada como la más “cañera”, una discoteca que tenía una terraza con piscina y que era famosa por sus sesiones de sábados tarde y sábados noche.
Al igual que otras discotecas, Espiral apostó también por los conciertos, donde grupos nacionales e internacionales como Golpes Bajos, Siouxie and The Banshees, Alan Vega, La Mode, La Unión, Gabinete Caligari, Seguridad Social o Comité Cisne, tocaron en su interior.
Curiosamente, Espiral fue la primera en producir su propio tema o propio disco, de gran éxito, llamado “Espiral Dune”
El templo
Un gran obelisco de metal que iluminado de noche e imponente de día marcaba la entrada al 'Templo'. En esta discoteca se vivieron los cuatro años que -aseguran- fueron los más intensos y convulsos de la RUTA DEL BAKALAO.
Erigido como un ídolo local, Chimo Bayo emitía un mensaje en 1991:
"Buenas noches y bienvenidos al TEMPLO amigos. Va a comenzar una cosa que jamás se ha visto en el siglo XX, un Templo hecho para el hombre y especialmente dedicado a todos los que bailan... Destrucción total en el mundo mientras aquí solamente nos preocupamos de bailar y pasarlo bien.
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